El apego es un vínculo afectivo muy intenso que se establece entre dos personas. Este vínculo es único y permanece aunque estas personas se encuentren en la distancia. Lo que tiene de especial este lazo es que la figura de apego constituye la base emocional del otro, es el refugio ante situaciones de temor, tristeza o angustia y quien aporta consuelo y estabilidad emocional.
La primera relación de apego se crea en la infancia, desde que nacemos. Dependemos por completo de otra persona que nos cuida y nos protege. Nuestros padres se esfuerzan para que todas nuestras necesidades estén cubiertas y así podemos estar tranquilos.
Alrededor de los dos años, al comenzar a adquirir independencia, es cuando esta relación se consolida. Comenzamos a desplazarnos y explorar aquello que nos crea curiosidad y dependiendo del tipo de apego que se haya construido seremos más decididos o más temerosos a la hora de separarnos de nuestra figura de apego. El que el vínculo sea más o menos fuerte depende de la seguridad que nos aporten nuestros progenitores o nuestros cuidadores. Si podemos alejarnos de ellos sin miedo a que éstos desaparezcan el vínculo será seguro. En cambio, si no nos atrevemos a separarnos de estas figuras para explorar más allá de donde nos alcanza la vista, quizá, es porque el vínculo que se ha construido en algún momento no ha cubierto todas nuestras necesidades fisiológicas, sociales o emocionales (o nosotros lo hemos percibido así en algún momento) y temeremos perderlo.
Posteriormente, cuando somos adultos, ese vínculo de apego lo establecemos con nuestra pareja. Es en ella en quien depositamos nuestras preocupaciones, nuestros anhelos, nuestras ilusiones, nuestros sentimientos más profundos y quien nos aporta seguridad, estabilidad y bienestar. El sentimiento que nos produce es que aunque todo vaya mal siempre tenemos un lugar en el que resguardarnos.
Según el tipo de apego que hayamos construido durante la infancia así lo estableceremos con otras personas a lo largo de la vida. Si nos sentimos inseguros necesitaremos constantemente que esa figura de apego esté con nosotros de manera fehaciente y, ante la mínima separación, nos pondremos tristes, nos sentiremos dependientes y tendremos una profunda sensación de abandono.
Puede darse el caso, también, de que si hemos desarrollado ese apego inseguro nos cueste mucho, en el futuro, crear estos vínculos porque nos da mucho miedo perderlos. Evitaremos, así, todo compromiso y relación afectiva. Ante esta situación nos resultará muy difícil establecer verdaderos lazos con otras personas por el miedo a sufrir. Construiremos un caparazón que nos impide sentir emociones plenamente y nos costará fiarnos de otras personas. Esto, a su vez, dificultará mucho el acercamiento por parte de quienes están realmente interesados en establecer un vínculo afectivo con nosotros.
Casi la totalidad de las veces las relaciones de apego inseguro están detrás de problemas de celos, dependencia y codependencia, inseguridad, desconfianza, inestabilidad, problemas de comunicación, problemas afectivos y, llegando a casos más graves y extremos, de los malos tratos físicos y psicológicos.
En cambio, una persona que muestra un apego seguro, se sentirá segura de sí misma y no necesitará la aprobación ni el apoyo constante de esta figura protectora. Se valorará por sí misma y será capaz de mantener una vida propia, manteniendo y respetando un espacio vital sano entre ambos miembros de la pareja y sabiendo, en todo momento, que su figura de apego estará ahí incondicionalmente a pesar de la distancia y de las dificultades.
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