¿Emprendedora o soñadora? II

¿Emprendedora o soñadora? II

Mujer emprendedora

El miedo no debe cerrarnos el camino para poner en marcha nuestros proyectos.

Por lo general, estamos acostumbrados a ser excesivamente realistas acogiéndonos a una necesidad de optimizar el tiempo y hacer el cuento de la lechera lo asemejamos con perderlo irremediablemente. Como, supuestamente, nuestro es tiempo es oro no podemos permitirnos el lujo de fantasear… ¡no vaya a ser que tengamos una buena idea! Pero, ¿cuánto tiempo perdemos dedicándolo a nuestros miedos y a que gobiernen nuestras decisiones? Si soñamos y sale mal, al menos, lo habremos intentado pero si ni siquiera probamos, permaneceremos eternamente en el reino de la incertidumbre gobernado por el miedo.

Si le contamos a alguien nuestro deseo o nuestro proyecto caben dos opciones, que nos apoyen o no. Si nos apoyan será un motivo más a tener en cuenta y una fuerza extra para llevar a cabo nuestra empresa. Si no, ¿qué problema hay en que no nos apoyen? ¿Quizá estamos empleando ese tono poco convincente? ¿O es que los demás son aún más temerosos que nosotras? En todo caso, también es un motivo más a tener en cuenta porque vale la pena dar un ejemplo de valentía y porque buscaremos con más ahínco la forma de conseguir nuestra meta. No necesitamos el apoyo de nadie porque nadie va a realizar nuestro sueño por nosotras, si no dejaría de ser nuestro sueño.

Pero en nuestra búsqueda incesante de la seguridad que necesitamos para seguir adelante siempre surgen dudas.

¿Seremos capaces de lograrlo? Necesito saber si esto va a funcionar. ¿Cómo lo vas a saber? Si todos los que emprenden una aventura supieran cómo iba a terminar seguramente no la empezarían porque ya no tendría emoción. Disfrutar del proceso, muchas veces, es mejor que lograr el resultado porque durante ese trayecto se aprenden cosas de un valor incalculable que pasarán a formar parte de nuestra vida y de nuestra persona. Sólo por eso, ¿no merece la pena ya intentarlo?

Pero los riesgos son demasiados y lo puedo perder todo. En todo nuevo proyecto hay que asumir riesgos pero también se pueden medir. Si ya tenemos un trabajo podemos empezar por compatibilizarlo, aunque resulte muy cansado en un principio. Iremos probando para ver si es viable o no. Si no tenemos trabajo el riesgo de perder el que ya teníamos no existe. Está el riesgo monetario que parece que es el que más duele. Siempre se puede empezar aportando una cantidad pequeña o buscar la manera de que, en caso de que no salga bien, la pérdida sea lo menor posible. Se puede valorar la posibilidad de un traspaso, de vender lo que adquirimos, empezar con algunos recursos de segunda mano, etc. Si no necesita un lugar físico, al menos por el momento, se puede empezar poco a poco mediante el boca a boca y el trabajo bajo pedido.

¿Y si realmente mis habilidades no son tan buenas como pienso? Sólo hay una manera de comprobarlo, haciéndolo. La práctica es la única manera de mejorar nuestro desempeño y nuestras habilidades. Y la actitud es una parte tan importante o más que la aptitud. Si de antemano pensamos que no podemos, entonces no merece la pena que lo intentemos porque nosotras mismas vamos a buscar, inconscientemente, la justificación de nuestra falta de habilidad. Si partimos con una actitud benevolente hacia nosotras mismas nos estamos dando la oportunidad de demostrarnos que lo podemos conseguir. Y al final, quien persigue su sueño casi siempre lo alcanza o se queda muy cerca para poder volver a intentarlo.

¿Y si después de todo fracaso? Piensa detenidamente en qué es el fracaso: ¿Intentarlo y no conseguirlo o quedarse atrapado en la incertidumbre viendo las oportunidades pasar siendo víctima de la inseguridad y el temor?

A veces los castillos en el aire no son sino cometas que podemos manejar con sorprendente destreza.

Así que a la pregunta del título podemos responder sin miedo que nos quedamos con las dos opciones: primero soñadora y luego emprendedora.

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